La segunda noche estuvo marcada por el síndrome de Stendhal. Al cerrar los ojos, nuestras damas, caballeros, princesas y príncipe no podían dejar de soñar con esculturas de mármol, ángeles dorados y cuadros renacentistas.
A la llegada del alba, partieron hacia la indestructible Pompeya. Allí les esperaba su cicerone al que llamaban Fulvio. El anfiteatro y las historias de gladiadores, el gimnasio y su pileta, la calle de la abundancia y sus comercios, la casa Menandro y sus maravillosas pinturas, las calles y sus pasos de cebra, las fuentes y las primigenias tuberías, el prostíbulo y los frescos de contenido erótico-festivo y el foro con el Vesubio de fondo fue el recorrido por la ciudad que en el pasado fue enterrada por las cenizas del volcán. El rojo pompeyano que hizo morir a tantos esclavos por estar hecho con mercurio y los falos usados como flechas para llegar al lupanar fueron, sin dudas, las imágenes que mejor quedarían grabadas en la retina. No obstante, para la más damas Doña Irene y Doña Andrea, las niñas de distraídos andares, fue el empedrado de las vías lo que jamás olvidarían.
Y como dijo el sabio: el hombre es un animal de costumbres. Así nuestros delegados de la corte volvieron a tomar pasta y pizza a las afueras de Pompeya. Sin tiempo para reposar, fueron conducidos a la Nueva Ciudad. Durante el pequeño recorrido hasta Nápoles, Fulvio tuvo a bien amenizar a nuestros viajeros con canciones de la Italia del Sur. La primera no pudo ser otra que "Sole mio". Al acabar, la concurrencia estalló en aplausos. El improvisado tenor tuvo que hacer un bis. No podía ser otra que la popular canción napolitana "Funiculi, funicula". Todos participaron cantando los finales de verso y los estribillos. Al acabar solo se oía "bravo" y "bravissimo".
A continuación, el maravilloso guía les explicó algunos rasgos de los habitantes de la ciudad: caos y ganas de festejos. Aunque la estancia no duró todo lo que habrían deseado, dieron un pequeño paseo por la zona monumental: el teatro de San Carlos (el teatro lírico más antiguo del mundo), la plaza del Plebiscito y la Galería Umberto fueron los puntos más emblemáticos de la excursión. Alrededor del teatro, los viajeros sufrieron "la persecución" de los lugareños artesanos, hasta que Don Enrique, de la casa Janderflander descubrió el truco:
- Hazte pasar por gabacho.
En la plaza mostraron sus respetos a la estatua de los monarcas Fernando II de Aragón y Carlos III, que al igual que en la Puerta del Sol de Madrid, se encuentra a caballo. En la Galería probaron los helados y los príncipes de gustaron el café típico de la urbe desde los noventa: caffè nocciato, una deliciosa mezcla de café expreso con avellana.
Apenados por tener que dejar el Sur de la Península Itálica y por despedirse del gran trovador, las damas y caballeros regresaron a su Palacio en Roma, dado que les quedaba una misión allí: la notte. Durante el trayecto de vuelta, llámalo Morfeo, llámalo Tse-tse, un poder sobrenatural se adueñó de toda la calesa. Mientras soñaban con los parientes que habían dejado en su tierra, La dama Nicole y la dama Lara cayeron al suelo de la carroza.
Después de cenar o más bien dejar el pescado en el plato de su mesón habitual, comenzaron un homenaje sorpresa para celebrar las dieciséis primaveras del caballero Chicharro. Tarta de fruta, tarta de chocolate, velas, regalos, cánticos, vítores y aplausos inundaron la vieja taberna. A continuación, lo que en un principio iba a ser un pequeño paseo, pronto se concirtió en un recorrido por toda la ciudad. Desde Termini al Colosseo, pasando por La fontana di Trevi y el Quirinal, los viajeros llevaron a cabo su propio camino de Santiago. Purificados tras el peregrinaje, cayeron extenuados en sus respectivos lechos. Como bien dijo Don Javier Díaz: "A mí no me engañáis, príncipes y princesas, esto lo hacéis para que durmamos toda la noche". Así fue.
Después de cenar o más bien dejar el pescado en el plato de su mesón habitual, comenzaron un homenaje sorpresa para celebrar las dieciséis primaveras del caballero Chicharro. Tarta de fruta, tarta de chocolate, velas, regalos, cánticos, vítores y aplausos inundaron la vieja taberna. A continuación, lo que en un principio iba a ser un pequeño paseo, pronto se concirtió en un recorrido por toda la ciudad. Desde Termini al Colosseo, pasando por La fontana di Trevi y el Quirinal, los viajeros llevaron a cabo su propio camino de Santiago. Purificados tras el peregrinaje, cayeron extenuados en sus respectivos lechos. Como bien dijo Don Javier Díaz: "A mí no me engañáis, príncipes y princesas, esto lo hacéis para que durmamos toda la noche". Así fue.
Genial la narración de tan intenso día!!
ResponderEliminarBesos per tutti!! :)
Cómo me gustan estos relatos!!!. Los espero impaciente cada día. Qué envidia me dais! Mañana nos vemos.
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